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Sentido del ridículo

Leer la prensa no suele ser agradable, ya sea en un medio lacayo o liberto; y esta semana ha sido especialmente desastrosa. En mi choque diario con la realidad se me han venido a la cabeza algunos de los versos más conocidos de un rojo maricón de esos que me gustan, Jaime Gil de Biedma: “de todas las historias de la Historia / la más triste sin duda es la de España / porque termina mal”. Y pensándolo con detenimiento, creo que podría enmendarle la plana.

Que una historia termine mal no tiene por qué hacerla triste. Es más, a ratos puede resultar bastante divertida. Todavía no me he encontrado a nadie que discuta el valor cómico de La Vida de Brian porque el protagonista acabe colgado de una cruz. Tenemos motivos para reírnos, especialmente de nuestra historia reciente. Después de todo, el disfrute de lo tragedia sólo se lo pueden permitir las épocas de prosperidad, y no es el caso.

De los episodios cercanos que creo que caracterizan esto muy bien me quedo con la moción de censura al gobierno del maese sinvergüenza Rajoy en 2018. Una de las fórmulas clásicas del humor es la subversión de expectativas, y este fue un ejemplo de libro. Después de que su partido fuera condenado por corrupción y calificado por una jueza como “organización criminal para delinquir”, la oposición registró una votación en el congreso para deponerlo. No era la primera vez, y no había expectativas de que saliesen los números, pero apenas un día antes se obró un milagro de la aritmética.

En lugar del muermo habitual que se esperaba de la votación, vimos a M. Rajoy abandonar la sesión a la mitad —evidenciando su falta de respeto por las instituciones a las que representaba— con su sitio en el Congreso siendo ocupado por un bolso; y una vez terminada la sesión, lo vimos saliendo de un bar, ocho horas después de haber entrado, rojo como un tomate, borracho como una cuba e incapaz de esquivar una farola sin ayuda de su camarilla. Más allá de la alegría de verlo desfilar (dando bandazos) hacia el basurero de la Historia, el esperpento que presenciamos ese día, en lo que debería haber sido una insulsa sesión parlamentaria, me ha hecho reír cada vez que lo he recordado con detalle en estos tres años.

No tengo ganas de pasar la noche entre rejas, así que vamos a cambiar el ejemplo. Pongamos uno animesco.

Cada temporada hay uno o dos animes que hacen de “tonto del pueblo”, tan malos que sirven de saco de boxeo popular durante sus tres meses de emisión por su incompetencia casi indiscutible. En el verano de 2016, ese anime fue Mayoiga, un presunto thriller del estudio Diomedea que acabó en muchas listas de peores animes del año por ser un supuesto fracaso como serie del género. Mi pared favorita —nuestro redactor jefe— emitió sin embargo un voto particular, y me la recomendó diciéndome que era un anime divertidísimo. Y ahora que la he visto, creo que no pudo estar más acertado. Mayoiga no es una serie de suspense como fingía ser en su material promocional, pero tampoco es una obra nanar o “tan mala que es buena”. En cambio, es una comedia totalmente intencional, sutil y fascinante.

El carácter cómico de Mayoiga no está en que haya muchos chistes o situaciones cómicas —que las hay, a montones— sino en que la serie en sí es una broma, de principio a fin. Comienza presentando una premisa y un elenco de personajes que cuadrarían en cualquier historia de terror barata: cerca de treinta personas, en su mayoría unidimensionales a más no poder, que viajan juntos a un supuesto pueblo fantasma en el que ocurren sucesos paranormales. La expectativa no podría ser otra que la de que empezaran a caer como moscas. Sin embargo, desde el primer episodio, una puede olerse que hay algo… inusual. Ver nada más empezar cómo ese grupo de chalados que se ha conocido en Internet se pone a cantar una canción sobre un hipopótamo en el autobús como si fueran de excursión con el cole me hizo arquear una ceja, llamadme loco.

Los primeros episodios de la serie son magistrales en crear duda a la espectadora. Por un lado se empieza a ver que el pueblo no es normal, y como cabría esperar algunos personajes desaparecen sin dejar rastro; pero por otro, casi todo lo que ocurre tiene un tinte de ridículo, y las conversaciones y la línea lógica de los personajes parecen sacadas de una película de los Monty Python más que de algo que, supuestamente, quiere provocar intriga. Conforme va avanzando, sin embargo, se va dejando entrever más y más que la serie no tiene intención de cometer ninguna escabechina entre los personajes, y se dedica a desarrollar sus trasfondos; en ocasiones trágicos, otras irrisorios y en algunas completamente ridículos, pero todos tratados con una solemnidad impertérrita que los hace muy, muy divertidos.

La mayor virtud, y quizá a la vez el mayor defecto de Mayoiga es que, como haría todo buen comediante, se niega a explicar el chiste. Y es demasiado sutil para su propio bien. Pese a que consta de momentos cómicos constantes y claramente deliberados, el tono de la serie es siempre más serio que un consejo de guerra y en ocasiones se permite hasta ponerse sentimental. Con todo, la serie llega a construir una historia completa, que no deja cabos sueltos y con resoluciones para sus personajes, no llegando nunca a romper su máscara pero yendo en una dirección completamente opuesta a la que sugería inicialmente.

Echándole un vistazo a los créditos de la serie encontramos un par de sospechosas habituales hacen este giro más comprensible: su director fue Tsutomu Mizushima, que prácticamente sólo ha trabajado en comedia y que venía de dirigir la excelente sátira (hecha desde el cariño) de la producción de anime que es Shirobako; y la guionista fue Mari Okada, que ha tocado todos los palos pero a la que es difícil ver escribiendo un anime del montón.

Juzgar las cosas a toro pasado es bastante más fácil, y me alegro de haber visto la serie con unos años de distancia. El motivo por el que fue tan odiada es porque falla como anime de terror, pero ahí está la gracia. Utiliza todos los elementos clásicos de una historia de este género para negarlos y reírse de ellos, pero dejando abierta la puerta de la duda para diferenciarse de las también numerosas parodias que se han hecho del tema.

Tampoco os voy a engañar, Mayoiga no es ninguna una genialidad: la trama que acaba construyendo deja que desear y tampoco trata de nada interesante; pero pudiendo haber sido algo insulso y aburrido como quería hacer parecer, es uno de los animes de comedia más originales y mejor estructurados que conozco, sin jamás admitir serlo. Una subversión de expectativas tan bien traída que haría temblar hasta a la política española.

No es que Mayoiga no tenga sentido del ridículo, precisamente lo tiene y se aprovecha de él. Por suerte a Rajoy sí que le faltó, porque de haberlo tenido, hubiera metido la cabeza detrás de su mítica pantalla de plasma en lugar de darme material para burlarme de él en un blog de anime.

Pero como dijeron las antiguas escrituras:

Y así llevamos cinco años, aunque parezca mentira.


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