Análisis · Día de los Inocentes

Por qué tu anime favorito es Nazi

Sin que sirva de precedente, voy a seros honesta en un 28 de diciembre.

No, no es clickbait. Por si no me creéis, lo escribiré en akaki shinjitsu. No me gusta Shingeki no Kyojin. De hecho, lo odio; y de hecho, me encanta odiarlo. Es una sensación que se ha ido fraguando día a día, cosplay a cosplay, camiseta a camiseta y totebag a totebag desde que vi su primera temporada hace casi diez años; y la forma en la que se ha establecido como fenómeno cultural a partir de su segunda temporada en 2017 me ha hecho disfrutar muchísimo, aunque fuese en mi papel de pérfida inquisidora.

A pesar de mi afamado mal gusto, el mayor aliciente de mi aversión a Shingeki no es político sino estético —si es que podemos separar ambas cosas—, ya que jamás he visto un anime tan feo alcanzar este reconocimiento como producto cultural. Su paleta de grises, sepias y marrones es espantosa, dolorosa a la vista, digna de un estudio psiquiátrico e incluso un síntoma de indocumentación. Por los tonos tan apagados y sucios que utilizan sospecho que tenían la imagen del marrón y el gris asociados con el campesinado medieval europeo, a pesar de que su historia se centra en una sociedad militarizada que se parecería más a la Alemania de la primera mitad del siglo XX. Para comparar y contrastar, podemos fijarnos en otro anime como Spice and Wolf que, teniendo también una presentación horrenda con parámetros similares, al menos representaba la visión arquetípica de la sociedad medieval europea; o Fullmetal Alchemist, que tiene un universo basado en la misma época y cultura que Shingeki no Kyojin pero sin ver en eso un motivo para martirizar a su audiencia. La animación en la mayoría de las escenas es deficiente, especialmente desde que Mappa relevó a Wit Studio en la producción, y la calidad de la ilustración en el anime es asombrosamente pobre. 

Creo que conociendo sólo esto se podría hacer un juicio sumarísimo sobre la calidad de Shingeki. Pero no hemos venido a hablar de eso, claro. Lo fascinante de esta historia es cómo Shingeki es una muestra excelente del sentido común colectivo en el norte global. Shingeki defiende de forma explícita retóricas machistas, nacionalistas y belicistas, admira la estética (de nuevo, política) del III Reich y está escrita como si fuese un anuncio de reclutamiento para adolescentes; y sin embargo ha alcanzado un nivel de exposición con el que no es difícil encontrar entre sus seguidores a muchas personas que, a priori, jamás tolerarían esos valores. 

Como dijo Papá Noel, la ideología dominante siempre es la ideología de la clase dominante; y como contestó el Adorno navideño, la clase dominante es la que a menudo decide qué productos culturales se convierten en referentes colectivos. Shingeki tenía todas las de ganar. Porque es una obra nazi, con un protagonista nazi, que ensalza valores nazis y escrita por un ultranacionalista japonés que asoma la patita más veces de las aconsejables negando masacres en China y alabando a criminales de guerra (léase nazi). 

No he sido ni de lejos la primera en darse cuenta de esto (si bien es una posición muy minoritaria dentro del discurso sobre la obra) y esta idea empezó a tomar fuelle a partir de la tercera temporada; en particular tras el plan de aniquilación de Eren y su racionalización del genocidio, el parecido de algunos de los nuevos atuendos a uniformes nazis, y, quizá lo más divertido, el hecho de que los Eldianos sean miembros de una raza superior con un pasado glorioso, que habitan una isla y que, por un estúpido imperativo moral criticado en la historia, no pueden ir a la guerra. Sutil. No lo hubiera hecho mejor ni un asesor de campaña del Jimintō.

Conforme la historia avanza es dolorosamente evidente el tipo de narrativa que el autor original, Hajime Isayama, trata de vender a su público, y la única defensa razonable que aparece al tratar el tema es sugerir que estos elementos fueron introducidos involuntariamente. Sin embargo, creo que ni siquiera hacía falta que la historia empezara a moverse en esos parámetros para verlo, ya que, si bien de forma más sibilina y bajo una apariencia de neutralidad, Shingeki ha sido más nazi que la calva de Roberto Vaquero desde su primera temporada. Así que, en un ejercicio entre el periodismo otaku y la fiscalía saintjustiana, vamos a devorar la parte menos sometida a escrutinio esvastiquiano de toda la trama para ver todo lo que había debajo de su alfombra desde la primera temporada. Agarraos, que vienen curvas.

Por qué Shingeki siempre ha sido nazi

La historia comienza con la destrucción del muro que separaba el barrio en el que viven los protagonistas del mundo exterior y la invasión de los titanes, que arrasan con todo a su paso. La madre de Eren, que llega y se va, queda atrapada debajo de los escombros y, pese a que un militar intenta rescatarla, no lo consigue y es tragada por un titán delante de su hijo. La forma de Eren de afrontar esta experiencia traumática no es huyendo (como le pedía su madre) sino jurando vengarla, y en el siguiente capítulo vemos cómo él y sus amigos cercanos se enrolan en el ejército para acabar con todos los titanes. El concepto de la historia y la forma en la que representan el adiestramiento militar durante los primeros episodios parecen sacados de un manual de propaganda de guerra, y nuestro pequeño nacionalsocialista pasa en un par de años de adiestramiento de ser enclenque y un poco díscolo a un soldado comprometido cuya fuerza de voluntad le lleva a superar incluso las tareas más arduas. Yvan Eht Nioj, niños y niñas.

El comandante que entrena a Eren y sus amigos está basado en Yoshifuru Akiyama, un general del Ejército Imperial Japonés que comandó al ejército durante la primera guerra sino-japonesa y que posteriormente participó en el régimen colonial que ejerció Japón sobre Corea. La relación entre el personaje y la figura histórica no es una suposición, sino que fue confirmada por el autor del manga. Akiyama es una figura controvertida, y de cara al final de su vida mostró arrepentimiento y preocupación por la deriva autoritaria de Japón, pero leyendo lo que Isayama tiene que decir sobre él no parece que esto sea lo que más le interese sobre su biografía. En concreto, admira sus “habilidades militares”, lo interesantes que son sus anécdotas de la guerra o cómo honraba a sus soldados caídos después de salir de la cadena de mando. Esto no es sorprendente si consideramos el resto de referencias imperialistas que tiene la historia. Sin ir más lejos, Mikasa, la mejor amiga de Eren, recibe su nombre de uno de los buques de guerra del Imperio.

Hablando de Mikasa, creo que la forma en la que está caracterizada es quizá lo más machista de la serie, a pesar de que tiene muchísima competencia. Desde el primer arco de la historia se nos repite en varias ocasiones que Mikasa es la única mujer de «raza oriental» viva, y se la presenta como un ideal de belleza y sumisión en contraposición al resto de personajes femeninos. No sólo se la fetichiza en la propia historia y se la muestra indudablemente como la más guapa de las reclutas, sino que se alaba lo callada que es y su entrega incondicional hacia el protagonista, en contraposición al resto de chicas, a las que se las pinta con defectos de carácter como comer mucho o ser demasiado rudas, entre otras lindezas.

Si Mikasa no hubiera sido escrita por un japonés diría que su caracterización es muy racista, pero solamente es de un chovinismo patriarcal inimaginable por parte de Isayama. Mikasa es «superior» al resto de mujeres por ser japonesa, y ser japonesa significa necesariamente ser una Yamato Nadeshiko, es decir, tener todos los rasgos del ideal femenino desde la mirada del patriarcado. Lo único en lo que Mikasa excede este arquetipo es que desde sus días de adiestramiento demuestra ser mucho más hábil que Eren (o que cualquier otro personaje) como soldado, pero esto no durará mucho. Por ahora, sigamos la historia por orden cronológico.

Durante sus últimos días de entrenamiento, los titanes vuelven a invadir la ciudad y Eren y sus compañeros se ven obligados a entrar en combate real por primera vez. Es en este arco donde se traza la diferencia entre los titanes puros (la mayoría, carentes de conciencia) y los titanes especiales o excéntricos (una minoría con conciencia propia). Lo que me llama la atención de esto es que, si bien los titanes excéntricos son también algo inquietantes, los titanes puros son más… analizables. Tienen rasgos corporales y faciales muy exagerados, en particular la prominencia de sus frentes, sus ojos saltones y sus narices. La comparación con las caricaturas nazis de los judíos es evidente y no soy en absoluto la primera en trazarla, pero bajo mi punto de vista se puede morder mucho más el hueso, que del nazi se aprovecha todo.

Las proporciones corporales de estos titanes (que a menudo tienen cuerpos desproporcionadamente pequeños en relación a sus cabezas, son caquécticos, llevan permanentemente con la lengua fuera, etcétera) y la forma errática en la que se mueven y ríen me llevan a pensar que, además de la posible caricatura de la etnia judía, el autor también diseñó a estos titanes en base a personas con diferentes discapacidades que le parecían dignas de burla. Podemos concluir sin temor a equivocarnos que, además de la ya afamada parodia racista no se quedó con las ganas de hacer también una capacitista, porque de algo se tendrá que reír la gente normal. 

Me parece una hazaña que Isayama fuera capaz de incluir tanto contenido discriminatorio en tan pocos episodios, pero tranquilas, que esto sólo está empezando. Durante el episodio cinco, Eren se descuida al luchar con un titán y es atrapado. Intenta zafarse y grita que no puede morir ahí, ya que juró que acabaría con todos los titanes, pero es devorado de la misma manera en la que fue su madre. Este fue el único punto en el que la historia comenzó a interesarme, ya que creí que Eren podría haber sido un protagonista señuelo y que su muerte era precisamente una forma de criticar su idealismo belicista, mientras que Mikasa sería la verdadera protagonista. Por desgracia la alegría dura poco en la casa del pobre, y solo dos episodios después revive transformado en un titán. Esto es terrible, ya que 1) Shingeki no Kyojin se convierte en un anime mecha y 2) al ser un titán, Eren se vuelve mucho más fuerte que Mikasa, restando valor al resquicio de luz en su caracterización.

En el episodio entre que Eren muere y revive (quizá la única oportunidad que la historia tuvo de ser decente) Mikasa recuerda el momento en el que juró sumisión eterna a Eren cuando era niña. Cuando era pequeña, unos bandidos entraron en su casa para secuestrar a las mujeres de la familia y venderlas como esclavas. Matan primero a su padre, y después de que se resistiera matan también a su madre. En ese momento, Eren, que se había percatado de la situación, va a rescatarla en un momento que define el marco ideológico principal en el que se mueve la serie. Eren ve la posibilidad de matar a los captores de Mikasa y ataca a uno, pero es capturado. Mikasa recoge el cuchillo y duda durante un momento, por aquello de que no está bonito matar gente, pero la luz moral dentro de ella le convence de que el mundo es una dicotomía entre “comer y ser comido”, y que de la misma forma en la que las mantis necesitan cazan mariposas y los humanos necesitamos comer animales —no habría opciones veggies—, matar es necesario si no quieres que tú y los tuyos os convirtáis en presas. Además, en un ataque de lucidez, Mikasa recuerda que el apellido de Eren es Yeager, que significa cazador, por lo que ya sabe en qué lado del conflicto tienen que acabar los dos. Sin darle más vueltas, Mikasa acuchilla al secuestrador y Eren termina el trabajo degollándolo ante la atenta mirada de su amada, que siente que nunca podrá pagar lo que su héroe hizo por ella.

Las que sepáis cómo continúa la historia de Shingeki en las próximas temporadas sabréis cuál es la conclusión lógica de la forma de pensar que el autor plantea en este capítulo. Esta analogía es usada por Eren como justificación de que la guerra es algo inevitable y que está en nuestra naturaleza, y que la única pregunta es si vas a estar entre los supervivientes o entre los muertos. Es una idea falaz, esencialista y muy, muy insidiosa, ya que, si bien el conflicto es inherente al ser humano; el Estado, el ejército y la guerra organizada no lo son. Esta misma lógica de “comer o ser comido” y su comparación con la naturaleza se usa para justificar desde la narración (y no desde la boca de Eren ni Mikasa) el genocidio que se organiza en las siguientes temporadas cuando difícilmente excusa siquiera el nivel de violencia que Eren alcanza con los secuestradores en una historia que es narrada casi como un momento bonito de los protagonistas. La forma en la que se plantea la idea de “comer o ser comido” es casi punto por punto la dialéctica de “amigo-enemigo” como eje vertebrador de la política, que fue enunciada por un tal Carl Schmidt, un filósofo que quizá os suene por ser un poquito nazi. Quizá no solo un poquito, sino lo suficiente para haber sido uno de los ideólogos del partido nazi en Alemania. 

Después de que Eren renazca convertido en un Gundam, salve a sus compañeros y regrese a su forma humana, es detenido y llevado ante un tribunal de guerra para decidir qué hacer con él. En un giro dramático, el fiscal propone matarlo y experimentar con él, lo cual es asombroso considerando que el autor del manga niega vehementemente los casos probados de experimentación humana en China y Corea por parte de su querido Imperio. Supongo que la diferencia es que Eren es un germaponés de bien y no un ser inferior. Finalmente, el consejo decide mandarlo al cuerpo de expedicionarios para ver si, con suerte, se muere solo.

Lo que sucede en estos episodios suele ser la punta de lanza de quienes defienden que Shingeki no es una obra belicista, ya que Eren critica a la cadena de mando del ejército por ser vagos, opulentos y estar alejados de la realidad que viven los soldados que están en primera linea. Nuestro prota se muestra orgulloso de estar en el cuerpo de expedicionarios en lugar de con los cobardes de la policía militar o de la guardia real, y siente que está dando su vida por proteger a los suyos en lugar de buscar el lugar más cómodo y tranquilo dentro del ejército. Bajo mi punto de vista, esto no arregla nada, ya que pese a las quejas que hace de los mandos del ejército, Eren no cuestiona directamente la estructura de poder y jamás se rebela (ni siquiera verbalmente) contra la cadena de mando. Eren cree que hay militares valientes y militares cobardes, pero nunca cuestiona al ejército como institución ni su permanencia en él. Está orgulloso de estar en la parte baja del escalafón, pero nunca pone en duda el propio escalafón. 

Como prueba más concreta de esto está todo el siguiente arco, que sigue la primera expedición de Eren y sus amigos fuera de los muros. La misión no tarda en empezar a ir mal y muchos de sus compañeros y superiores mueren, mientras que el grupo de los protagonistas, como cabría esperar, se salva por el canto de un duro. El episodio veintidós es el último de este arco y también el último interesante para este análisis, ya que el resto de la temporada se dedica a plantear misterios de cara a distintas subtramas, y hace todo lo posible por dejar una impresión fuerte en la espectadora. Aquí se nos narra cómo vuelven a la ciudad transportando todos los cadáveres que pueden y tratando a los heridos y lisiados, lo que fácilmente hace que sea el capítulo con mayor carga emocional hasta el momento. A pesar de esta premisa, no tardan en conseguir que se vuelva insultante, ya que después de mostrar durante la mayor parte del episodio la crudeza y las consecuencias reales de la guerra, al volver a la ciudad unos niños saludan a Eren, le felicitan por su trabajo y le reafirman que “el cuerpo de expedicionarios es el mejor”, endulzando el dolor con el orgullo del trabajo bien hecho. Señor, sí, señor.

La posición de Eren (y de Isayama) es la del Anti-Edipo esquizofrénico que Deleuze y Guattari ven en el fascismo y en la defensa de la estructura capitalista. No sólo jamás se plantea “matar al padre” y subvertir la relación vertical en la jerarquía militar, sino que sus únicas pulsiones son ser dominado y morir. Eren lucha activamente por su servidumbre en lugar de por su emancipación. Ideas como esta pueden pasar más o menos desapercibidas entre el público más progresista que ve la serie, pero es un mensaje con el que el más conservador puede simpatizar o incluso ver un ejemplo a seguir de honor y abnegación. Y que estén ahí y se las trate de forma acrítica hace que, incluso en el caso de ser ignoradas, pasen a formar parte de lo aceptable dentro del sentido común de época. No es casual que las openings (especialmente la segunda en esta primera temporada) parezcan himnos nacionales y tengan estrofas cantadas en alemán, de la misma forma que tampoco es coincidencia que la mayor parte del merchandising de la serie, impreso en millones de camisetas, bolsos, llaveros y chapas, sea el escudo del cuerpo de expedicionarios, que en la historia no es sólo una insignia militar sino un símbolo del orgullo de los protagonistas de estar debajo de la bota. 

Por elementos como este pienso que Shingeki es un testimonio extraordinario de la psicología de masas actual del primer mundo. Que una historia como esta pueda venderse como un hito cultural sólo puede suceder cuando, en un contexto de capitalismo y patriarcado en descomposición de los que parece que no podemos escapar, buena parte del discurso político reaccionario esté ofreciendo a sus votantes pulsión de guerra y de muerte, mientras que en el bando progresista la receta para el desastre elegida sea la reivindicación del statu quo de las democracias liberales. Shingeki es una de las muchas formas de propaganda dentro del militainment, y si podemos sacar algo de volver a echarle un ojo a la primera temporada es que ni fuimos ni somos inmunes a ella.


Con esto, doy por concluida mi sesión de femsplaining sobre por qué vuestro anime favorito es, indudablemente, nazi. Una deducción como esta es trivial para vuestra periodista otaku. Ikagadesho ka, mina-sama ga ta?

Como todos los años, os sugiero no asumir la veracidad de nada de lo que digo, al fin y al cabo es 28 de diciembre y llevo años queriendo hacer mi propio Operación Palace. Cualquier parecido de la realidad con la realidad es, claramente, un engaño.

Os agradezco que nos hayáis acompañado por quinto año consecutivo en nuestra efeméride particular. Si os apetece contribuir a nuestra labor investigadora y de paso alegrarnos las navidades, podéis hacerlo en nuestro Ko-fi; y de alguna forma os habéis quedado con ganas de seguir leyéndome, podéis encontrarme en DeviantArt y echar la segunda ronda de psicoanálisis de la noche. Os deseo unas festividades agradables y que tengáis un próspero 1939.

7 respuestas a “Por qué tu anime favorito es Nazi

  1. I am glad to see that you have returned to writing and I’ve read through your article on this series.
    I dropped attack on titan after 8 or so volumes and after the first season of the anime, the manga had a confusing, amateur artstyle at the beginning that seemed crude and it felt like forever for the story to get going.
    The first season had too many stills from what I remember aswell.
    But above all, even with me just not being into alot of shounen power fantasies , I disliked how this series had the feel of being a shounen playing at pretending to be seinen.
    With the issues you have brought up around this series, I would probably recommend not reading Gate JSDF fought here, as the author is a known far right nationalist.

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    1. Same for me, even without judging it politically, SNK was too bleak and yet too shallow for me to get invested in it. I had the idea for this article in mind for a long time, and I’m glad I was able to take it out of my system >w< Hopefully I'll even survive the backlash

      And… oof. I haven't personally watched Gate but I remember listening to an analysis on its first episodes by Trixie the Golden Witch and the amount of propaganda for Japan's remilitarization blew my mind. Not even series like Code Geass were so painfully overt about that.

      Thank you so much for reading and reaching out, Emma ❤

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      1. @Snowball: Perhaps the greatest joke of all was it not being called Attack on teita 😉
        And you’re the heroine of the transition, a transition so good that its even better than the Spanish transition to democracy! 😉
        Instead of the boy and the heron, you can be called «The goy and the heroin-heroine» =P

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